ANTONI LLENA

 

11 de enero - 12 de marzo de 2022

Tan sólo se trata del alma

Los veinte años que separan los inicios de Llena del trabajo de sus mayores, de los artistas que como Tàpies ejercían una influencia casi absoluta sobre el arte en este país, marcan una inflexión radical en el sentir humano y también, por supuesto, en el lugar desde donde trabaja el artista y desde donde se piensa el arte.

Nada queda ya en la obra de Llena de añoranza por la naturalidad artesanal, táctil y ancestral que aún fascina a sus mayores, ideas casi arcaicas del terruño y de los orígenes míticos de un pueblo, ideas que no marcan sólo una actitud estética sino que exigían una determinada postura política.

Llena, en cambio, se instala en un «ahora» radical, un paisaje que surge de entre los restos a-poéticos del mundo postindustrial. Estos restos materiales no conmueven, no envejecen, no son capaces de atestiguar la impronta de la presencia y del trabajo humano. Si la pregunta de Tàpies era algo así como de dónde venimos, la de Llena sería dónde estamos.

Dotado de armas de afinada observación, se interroga sobre lo que le rodea sin intentar por ello emitir ningún juicio de valor concluyente. En forma análoga a Tàpies, una parte importante del hacer artístico de Llena consiste en dotarse de una paleta de recursos materiales a los que progresivamente irá asignando una tarea expresiva, pero a diferencia de él, los materiales de los que se rodea Llena son siempre delgados, translúcidos o transparentes, industriales, anónimos, nuevos. En su caso, esta paleta material ocupa una suerte de frontera entre la aniquilación y el anonimato: Llena entiende bien que para ser un observador agudo hay que lograr pasar por el mundo sin ser percibido.

Si entramos en la sala con la idea de un Llena «escultor», esta noción se evapora literalmente ante nuestros ojos. Todo lo que la escultura pretende tener de físico, matérico, contundente, se desvanece en estas obras. Casi sin masa ni sustancia y prácticamente carentes de asociaciones íntimas, sus materiales son incapaces de despertar ninguna nostalgia, ningún recuerdo en sí mismos. Son materiales que provienen del anonimato, de una cadena sin fin, y a los que no podemos asignar ninguna gramática constructiva: insípidos, incoloros e inodoros. Estas obras se van articulando a través de un hacer que rehúye tanto la demostración de fineza técnica como el falso primitivismo del gesto primario. Y es precisamente la delicadeza salvaje de este tenue hacer lo que consigue convertir estos restos, estos materiales anodinos, en imágenes, en figuras tonales con sus ecos de Balthus y Watteau, en presencias físicas y mentales.

Las obras que vemos se debaten entre lo intuitivo y lo cerebral, lo inocuo y lo sugerente, sin que se diriman de ninguna manera estas contradicciones. Sus obras son de un apasionado descreimiento y parecen sentirse cómodas alimentando estos equívocos, yendo y viniendo entre preocupaciones poéticas, semánticas y estilísticas.

Llena se sirve de una paleta de materiales que se asemejan más a los deshechos del montaje de una exposición que al contenido de una. Cual dramaturgo enfebrecido ante un inminente estreno, se aprovecha de todo lo que le está a mano para utilizarlo en su tarea y asigna a estos extraños actores accidentales unas tareas metafóricas que nos sorprenden por su capacidad expresiva. Que con su paleta de metacrilato, celofán, cinta de embalaje, porexpán y alambre de gallinero consiga evocar el imaginario del arte occidental, no es el menor de sus logros. Sus imágenes parecen reactivar el recuerdo lejano de emociones más puras y nos alejan de la tentación de recurrir a procesos cerebrales. Hay que admirar la valentía de hablar desde esta extrema fragilidad, desde la intuición atesorada y reconocer la emoción nueva que sentimos cuando estas construcciones vibran con la violencia de su nuevo cometido.

Llena parece sugerir que, ante el colapso de las grandes construcciones, de las ideologías, de los sueños y las utopías y la creciente irrelevancia social del arte, a la obra de arte le queda, como mucho, una vida casi latente, una respiración difícil, de animal herido; quizás poco más que un intercambio entre iniciados, suspendida entre lo que no es y lo que no deja de estar. Se intuye un perverso disfrute en mostrar la pequeñez de nuestros posibles logros futuros cuando los comparamos con las cosas que amábamos de jóvenes.

Partiendo de un planteamiento meta-artístico, Llena marca su combate en términos de una estrictísima disciplina. Se trata, ante todo, de una actitud, una manera de concebir el trabajo del artista como un viaje de largo recorrido, en las antípodas de las nociones de inspiración, accidente o proyecto. La rutina inflexible del propio hacer tiene como única meta la de completar el trabajo del día desde la lógica interior de lo que pueda surgir del propio hacer. Un cuerpo a cuerpo con lo que el mundo material permite o impide a través de una rutina que ordena el tiempo y anula la tentación de la melancolía.

Las obras de Llena despiden una continua sensación de violencia trágica, antigua y contemporánea, que nos remite a los cuadros de Zurbarán o Grünewald en que el dolor resulta aun más sorprendente e insoportable por haber aparecido detrás de una cortina de veladuras seductoras, de diamantes de esmeralda y carmín. Aquí, como en ellos, la seducción física de las obras sirve precisamente para convertirnos en cómplices y/o agentes de un dolor inaudito y que descubrimos, como en las pesadillas, sólo cuando vemos casi de reojo que nuestras manos están bañadas en la sangre de los inocentes. Muchas de las obras de Llena contienen un eco de hechos inenarrables, de pellejos que cuelgan al sol en las cintas de embalaje, las grasas animales sacrificiales que presenta el porexpán, los clavos de las torturas cuyo papel asumen las grapas y los golpes sordos sobre la superficie impoluta del cartón pluma... Estas obras son como trampas de apariencia inocente a las que nos acercamos con la misma indolencia con la que nos acercaríamos a una obra de arte más, y en cambio, encerrada en el fondo del metacrilato que miramos distraídos, descubrimos algo de la capacidad de crueldad del hombre.

Al alejarme del la galería, caigo en la cuenta de que algo fundamental en su manera y en su sensibilidad pertenece a la gramática del arte que hoy emplean los artistas jóvenes. Y es que hace más de treinta años que Llena intuye/expresa el mundo que vemos hoy, y seguramente de parte del que todavía está por venir.

Víctor Pimstein, Barcelona, 2021

Galería A34